¿Estamos de acuerdo en pagar por el agua en calidad y cantidad adecuadas? ¿Estamos de acuerdo en perder nuestra capacidad de escuchar nuestro cuerpo y confiar en su capacidad de autosanación? ¿Estamos conformes en ya no tener la memoria histórica del uso de plantas medicinales? ¿Realmente no nos importa la destrucción de bosques y el no oír el canto de los pájaros o el croar de las ranas? ¿Será que ya no somos capaces de maravillarnos con la naturaleza, el mar, los cerros, las flores que nos hacen suspirar como si fuera una poesía? ¿Y qué decir del silencio, que nos da la oportunidad, tan escasa en los días de hoy, de conectarnos con nosotras mismas? ¿Y si tuviéramos que pagar para recibir el calor del sol, para ver el centellear de las estrellas y hasta para respirar el aire puro? ¿Qué perspectivas de futuro vislumbramos frente al creciente proyecto patriarcal capitalista de privatización de las diferentes formas de vida y de conocimientos?
Estas interrogantes, y otras relacionadas con la cultura, el conocimiento y la tecnología, forman parte del debate sobre los commons, concepto anglosajón traducido en los últimos años como “comunes”, “bienes comunes”, “ámbitos comunes”, “ámbitos de comunidad”, “procomún”, “lo nuestro” – solo por mencionar algunos de los términos más usados. Los comunes, bienes comunes, procomún, ámbitos de comunidad, ámbitos comunes, revelan diferentes y distintas experiencias, así como una diversidad de voces y actores sociales que se han dado la tarea de repensar, cuestionar y transformar la organización de la vida y sobretodo la economía basada en los perniciosos parámetros capitalistas desarrollistas.
De manera general, los comunes aluden a los elementos que, en una comunidad o territorio específico, son gestionados, cuidados y distribuidos entre todas y todos que la conforman, como por ejemplo:
Comunes naturales: tierras, bosques, cerros, plantas, aguas, playas, océanos, minerales, metales, cielo, aire, semillas criollas, animales, y mucho más.
Comunes Científicos/tecnológicos: ADN, todos los conocimientos, métodos y técnicas ancestrales: partería, herbolaria, prácticas de sanación, métodos de cultivos, herramientas, construcciones y transporte, recetas de plaguicidas, abonos, entre otras; museos, acervos, bibliotecas, escuelas, sotfware, Internet, radio, etc.
Comunes Culturales: música, literatura, cine, culinaria, instrumentos musicales, centros ceremoniales, cosmogonías, danzas, rituales, arte manual.
Pese a ello, existe el riesgo de incurrir en la concepción de los comunes como un “bien”, que no es muy diferente que una “cosa”. Así, estas definiciones corren el peligro de reducirse a una mera sustitución de los conceptos de “recursos naturales” o “recursos económicos” o peor aún “recursos humanos” al de “bien común”. En otras palabras, lo que hace que algo sea común es su sentido comunitario: no se trata de sus características intrínsecas, sino que tiene que ver con las relaciones que se construyen y se establecen en un ámbito colectivo o comunitario específico.
Actualmente, el debate sobre los comunes no ha considerado las diferencias de poder entre hombres y mujeres en las relaciones, en el acceso y poder de decisión sobre los comunes. El debate no solamente está marcado por una irreal neutralidad, en donde “todo es de todos” con las mujeres “incluidas”, sino que no ahonda en las desigualdades en la gestión de los comunes.
El patriarcado ha buscado, por todos los medios, fomentar la inferioridad de las mujeres. Las dicotomías occidentales entre cuerpo y alma, naturaleza y cultura siguen vigentes, y las mujeres hemos ocupado el lugar del cuerpo que debe de ser controlado (obviamente por el varón) y de la naturaleza que debe de ser conquistada (por el sistema patriarcal capitalista). Nuestro cuerpo ha sido y sigue siendo propiedad privada de los varones, objeto de consumo, carnada comercial para vender carros, llantas, cervezas, electrodomésticos, comidas, cosméticos, vestimenta, productos de limpieza, todas las cosas que mantienen y mueven el capitalismo y el capital.
Es imprescindible profundizar de manera significativa en las diferencias de poder que se manifiestan en la exclusión histórica de las mujeres en los espacios de creación de conocimientos, del acceso y poder de decisión sobre la tierra, del agua, de los bosques y semillas criollas. Durante siglos los conocimientos y saberes de las mujeres han sido privatizados o entonces invisibilizados en el discurso neutral de los saberes de la “comunidad” o de la “humanidad”. Una vez que nos han transformado en cuerpo-para-otros, a las mujeres no se nos reconoce como seres pensantes y forjadoras de culturas o civilizaciones.
Las mujeres hemos sido torturadas y quemadas vivas en la hoguera por conocer las plantas medicinales, por ser parteras y desafiar al mandato divino del parir con dolor; por ser médicas y conocer los misterios de la vida y de la muerte. Son muchos los ejemplos en donde las mujeres, en la civilización patriarcal, hemos sido penalizadas con la muerte por pensar y saber. Hasta hace poco tiempo, las mujeres han tenido que usar pseudónimos masculinos para poder publicar sus obras; en otros casos, sus ideas y pensamientos fueron usurpados por sus maridos, amantes o “tutores”.
El discurso sobre los bienes comunes con respecto a los saberes y al conocimiento no puede ser neutral en este aspecto ¿Cómo las mujeres podemos compartir nuestros saberes en una sociedad y cultura que nos penaliza por pensar o que usurpa nuestros conocimientos? ¿Cómo hablar de alfabetización digital si ni tenemos la alfabetización básica? Es evidente la poca participación de las mujeres en los espacios de las no tan nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación. En el caso de Wikipedia, enciclopedia de mayor rango de consulta en Internet, la participación de las mujeres todavía es muy limitada, y revelan que la gran mayoría de las mujeres todavía no cuenta con elementos básicos como el tener una computadora y acceso a internet, nivel educativo, tiempo, motivación, curiosidad y habilidades para la investigación.
Para que la propuesta contra hegemónica de reorganización de la sociedad conforme los principios de los ámbitos comunes y del procomún realmente sea efectiva, ésta debe de orientarse hacia la transformación de las relaciones desiguales de poder entre mujeres y hombres en el sistema patriarcal y, por ende, en la transformación de este propio sistema. Y en esta empresa las mujeres tienen mucho que aportar, empezando por una lectura crítica de las construcciones teóricas sobre los comunes y sobre las prácticas existentes en los ámbitos comunes. Esta lectura solamente puede ser realizada desde nuestros lugares concretos, tanto físico-geográficos, territoriales, como desde nuestra historia y lugar sociocultural. Solamente las mujeres podemos realizar con la necesaria honestidad histórica y política el escrutinio crítico de los supuestos y teorías sobre los comunes que no consideran la realidad histórica de las mujeres en el sistema patriarcal.